Hola,
espero que estés bien a pesar de la catarata de malas noticias que estamos viviendo estos días. No sé si es producto de malas decisiones, malas intenciones, ausencia de perspectiva o quizás de todo a la vez.
Me han venido a la cabeza estos días mis tiempos de estudiante de Arquitectura. Son estas ideas que saltan en tu cabeza sin conexión aparente pero que luego descubres que tienen bastante sentido.
Una asignatura a la que he ido ganando aprecio con el paso del tiempo es “Historia de la Arquitectura”. En una especie de flashback, he recordado la clase a oscuras, pasando diapositivas de los monasterios y abadías del Cluny y el Císter - auténticas factorías de desarrollo económico de la época - y por supuesto, las impresionantes catedrales góticas.
En aquellos tiempos no existían los arquitectos como tal. Eran los llamados “maestros canteros” los que tomaban el encargo e iniciaban la ejecución de unas obras que se alargarán durante años y que ellos difícilmente verían siquiera parte del resultado final.
La primera piedra de la Catedral de Burgos se pone en 1221, y se completan la cabecera, el crucero y las naves en 1260. Un tiempo de construcción de 39 años fue un todo un record de velocidad para la época. Después de este “first closing” el templo se continúa ampliando, y reformando hasta 1765 donde se fecha la conclusión oficial.
Un total de 544 años donde se fueron sucediendo maestros de diferentes procedencias, muchos de ellos anónimos, que tenían la conciencia de que su trabajo formaba parte de una cadena mucho más larga que no empezaba con ellos, y que trascendía su propia existencia. He aquí el quiz de la cuestión: un ejercicio para la posteridad.
Para construir un cobertizo no hace falta toda una vida. No es más que otra mediocre construcción utilitarista y que cumple su función sin pena ni gloria. Ahora bien, si aspiramos un legado más potente, ya sea en la familia o en la empresa, hay que pensar de otra manera.
Una idea de continuidad.
Casi nada empieza desde cero. De hecho nacemos y crecemos de una determinada manera porque nuestros padres nos trasladan una determinada genética, nos transmiten una educación y nos legan unos recursos. Se supone que nosotros continuamos sobre esa base y hacemos lo propio pensando en los que vienen después.
Y asi, generación tras generación se va construyendo o destruyendo, según vayamos obrando, nuestra “catedral” generacional. Trabajamos para un futuro que no vamos a presenciar ni disfrutar.
En el momento en el que cambiamos la perspectiva, y lo que pensamos es que “el muerto al hoyo y el vivo al bollo", lo que estamos haciendo es convirtiendo en ruina el trabajo que otros hicieron por nosotros.
El tercer pase.
Un empresario amigo mío me suele decir:
“Lo que pasa hoy en la compañía es resultado de decisiones que se tomaron hace dos o tres años”.
Coincido. Creo que incluso puede venir de más largo.
Antes, cuando seguía más el fútbol, me encantaba ver jugar a Laudrup. Cada vez que tiraba uno de sus pases sin mirar, ya tenía en mente cómo iba a ser el segundo e incluso el tercer pase de sus compañeros. Y lo mejor es que los goles luego los metía otro.
Michael Laudrup. 7 de Enero de 1995
En el mundo empresarial, en el bueno, funciona igual. En el otro, en el mezquino (que también existe y hasta gana dinero), la decisión es el “hoy" y sobre todo el “yo". Yo no daba un duro por ese tipo de jugador, la verdad.
Ocurre a todos los niveles: desde los CEOs de cotizadas su foco en el resultado trimestral; la quema de proveedores por el último céntimo; la obsesión por negociar tipo win/lose; o la puñalada al socio en el último minuto.
En el mundo pyme, el ejemplo paradigmático son los problemas de sucesión de la empresa familiar y la casuística que le rodea: “antes cierro la empresa que “regalarla" a un tercero".
El ego es el enemigo.
"Como todo empieza y acaba en mí, me da igual lo que pasé después.”
Con esa filosofía, no creo que haya maestro cantero que se anime a seguir con nuestra catedral. Lo más probable es que aquello no merezca la pena ser continuado y se convertirá en profecía autocumplida.
"Lo que pasará después es que morirá contigo"
Después de haber visto más de 150 compañías en este último año y medio, puedo afirmar que si al empresario no le importa el legado que deja, ese proyecto no merece la pena. Su valor futuro, a mi juicio, es cero. Independientemente de su balance y cuenta de resultados actual.
Una de las claves cuando entramos en contacto con compañías es ver si esa continuidad importa o no. Eso se ve indirectamente a lo largo de las conversaciones. Muchos citan el "legado” o el “largo plazo" como palabra mágica, pero realmente se ve, como casi todo, en otros detalles.
Construyendo nuestra pequeña catedral.
No todos tenemos la suerte de participar en proyectos como la Catedral de Burgos o San Pedro, pero si tenemos nuestros pequeños proyectos donde aportar nuestro grano de arena.
En todos los ámbitos de la vida, no solo de la empresa, se puede aplicar esta idea. Y de hecho, en todos los campos donde la he visto implementada, los resultados han sido excepcionales. Superando por mucho las expectativas de los que en su día la iniciaron (lo de dieron continuidad a proyectos más modestos). Ese es el verdadero impacto del "largo plazo” y cómo salta exponencialmente a lo largo del tiempo como si del interés compuesto se tratara. Para eso, se alinea una generación tras otra (con relación de consanguinidad o no) en aras de alcanzar un horizonte mayor.
“Las herencias no son un regalo para el hoy, sino una responsabilidad de cuidarlas y mantenerlas para la generación posterior”
Cuando nos encontramos con esos pequeños proyectos en los que importa el legado, nos da la sensación que entramos a participar de algo grande. Y ahí es donde nos gusta estar.
Un abrazo,
Javier